7 mar 2014

Una respuesta al fenómeno populista: El Discurso (segunda parte)



“El Discurso no es la categoría de lo real”, así habla el discurso. 






La problemática de las palabras y lo que evocan es fundamental. Para Aristóteles, la Polis, era la causa final por excelencia, el <vivir bien>. Esto era posible por ser una “comunidad de logos”. Entre tantas otras cosas, Logos, significa “el decir del hombre”. Para el estagirita “el ser se hace decir”, es un portador de logos. En nuestro decir cotidiano se escapa la Ideología, nuestra cosmovisión de todo lo que es. Ni por cerca tenemos que pensar que somos los señores de nuestro lenguaje, más bien, éste nos señorea a nosotros. El acto fallido es un ejemplo inmediato. Tenemos un Inconsciente Lingüístico –como refería Lacán- que nos hace decir a costa nuestra. 


No se puede minimizar el problema, fue el quid del debate entre Sócrates, Platón y los Sofistas. “Se encuentra a un Platón escandalizado porque el discurso se independiza del ser, y tiene posibilidad de dar sustento a las apariencias” ("Aristóteles: la contemporaneidad de un clásico”, Miguel Rossi).


Es en este contexto donde nace lo que hoy se dice como “relato” (Ej: “El relato K”). Son palabras que mienten, que engañan y –en el contexto político- que “manipulan”. Un discurso de las apariencias. Empero afirmar tan rápidamente esto, es - en parte -  no querer ir al fondo de algunas cuestiones, y hacerse eco de un discurso hegemónico. Quien se para desde acá, lo hace en el mismo tono que Le Bon, en lo que se refiere al “Contagio”. No obstante, vamos a repetir una duda: aún si diéramos razón y aceptamos el “relato” como una mentira capaz de convencer (de persuadir al auditorio) ¿Por qué los interlocutores la han aceptado como a una verdad revelada? Algo no nos debe caber duda: se necesita “tierra fértil” para que un Discurso nos afecte visceralmente. Piénsese –por ejemplo- cuando se dice que la “verdad no duele”. Esto, en realidad, quiere decir todo lo contrario: “La verdad sí duele”. Se pregunta a menudo “Si no es verdad, por qué te molesta tanto”. 

Lo que proponemos pensar –así como decir- es que, no basta con un tejido de palabras -con disposición sintáctica- para que alguien se sienta afectado por ellas. Se requiere de una pre-disposición de ese alguien para que haga entrar ese tejido (al alma). De esta manera, algunos se sentirán afectados por el Discurso y otros no. Esto explica por qué un mismo Discurso puede generar efectos tan contrarios.


Por mucho tiempo se ha mirado al poder como algo que se da desde arriba hacia abajo, y con esta mirada bastaba. La manipulación de la palabra tendría esta misma dirección unilateral y vertical. Por eso se piensa en una masa ignorante, en el “Pan y Circo” y en un aparato propagandístico que “lava” el cerebro de la teleplatea. Es claro, lo que subyace en este tipo de opinión –propio de los filodoxos- es que el Poder se construye en forma descendente. Pero en cuanto comenzamos a desmembrar las relaciones asimétricas que se tejen en la trama social, se puede advertir la multiplicidad y variedad –con caracteres distinguidos- de poderes y actores que juegan, un juego cada vez más ambiguo. Como dice Umberto Eco, la guerra ya no se produce entre dos frentes separados: “…la guerra ya no puede ser frontal a causa de la naturaleza misma del Capitalismo Multinacional. Que Irak haya sido armado por las industrias occidentales no es un accidente. Está en la lógica del capitalismo maduro (…) Todo esto se entrelaza con el hecho de que, recuérdese a Foucault, el poder ya no es monolítico y monocípite: es difuso, está parcelado, es una continua aglomeración y disgregación de consensos. La guerra ya no enfrenta a dos patrias. Pone en competencia infinitos poderes.”(pág. 22. “Cinco Escritos Morales”).

Pero de lo anterior, cabe dar a conocer la posición contraria que adopta el intelectual Atilio Borón, quien en su ensayo “Poder, Contra-Poder y Anti-Poder”; pone en evidencia la colonización ideológica del Neoliberalismo en los estratos inconscientes de los intelectuales pos-marxistas (o de aquellos que intentan una teoría alternativa al materialismo histórico, entre los que incluye a Mouffe, Laclau; Hardt y Negri, Holloway, etc.)

Para Laclau, lo que importa es el “Discurso Hegemónico”, que es aquel que se eleva como Verdad. Este es el resultado de una lucha de intereses o de “partes”. Laclau, desde sus planteos, tiene buenas razones para pensar que en la “formación de las identidades colectivas”, la Lucha de Clases tiene un rol secundario: basta con pensar que hay gente pobre que piensa como rica, de trabajadores que fijan el centro de su crítica en los trabajadores (sus pares) y/o en aquellos sectores sociales que –frente a la disputa Bien Común vs Oligarquía- defienden los intereses que benefician a pocos y que, por lo tanto, no les son propios. Basta, además, con reconocer el poder totalizador del Populismo y su facilidad para acercar personas de distintas clases sociales. ¿Qué nos dice todo esto? Que la premisa, “Nuestra forma de pensar está determinada por nuestras condiciones materiales de existencia”, tiene algunos límites. La cuestión parece ser más difusa.


Lamentablemente, es imprescindible no tocar algunos temas apasionantes y que enriquecerían al entendimiento de éstos fenómenos. Algunos yacen implícitos, y quien los conociere sabrá escucharlos. 



Hasta aquí algunas conclusiones: 


a) Lo que se dice como relato (discurso escindido de la realidad) es una hipótesis pobre que no tiene en cuenta la necesidad, la representación y la Identidad. 


a.1) Si lo que se dice como relato no satisficiera alguna necesidad del pueblo (y ya no hablamos solo del electorado), si no respondiera a preguntas que se hacen los ciudadanos, si no prometieran resolver demandas sociales, no tendrían por qué ser creídas. Asimismo, si estas promesas no tuviesen un sustento empírico en el cual se pudiera constatar el valor de verdad o mentira del (mal llamado) relato, éste perdería sustento y legitimidad. No tendría por qué ser creído. Dice Laclau: “La demanda requiere algún tipo de totalización si es que se va a inscribir como un reclamo dentro del sistema”. Desde ya que el Populismo es un gran captador de reclamos de sectores desiguales. 


a.2) De lo anterior se deriva la Representación. “Representar”, es “estar en lugar de”. Si algo logra el Populismo, es hacer sentir representada a gran parte de la población, que además –como se verá- es heterogénea. Esto es cuasi-milagroso y solo se logra con un discurso aglutinador, que hiciese apaciguar las diferencias entre sectores ¿Y bajo qué mecanismo se hace posible esto? Se denomina “Lógica de Equivalencias” (El Populismo tiene “capacidad equivalencial”). Esta lógica puede ser sintetizada en la expresión de Jauretche, cuando dice: “Dame un punto de coincidencia y haremos una patria”. El Populismo hace resaltar las coincidencias y es así que crea un “público” propio (El populismo tiene público y no una masa).


a.3) La Identificación es un punto central y determinante en la cuestión populista. Se da -en cuanto fenómeno social- en todos los ámbitos de la vida humana: en el fútbol, en la religión, en el arte, en la familia, en la música, etc. Sin embargo, algo extraordinariamente distinto ocurre cuando se da un momento de Identidad en el plano político: Se alzan las voces de Narciso ¿A qué me refiero? En Psicología se llama “Principio de Narciso” a ese “amor a la imagen de uno mismo”. Es un principio de individualidad: aquí, el sujeto no está dispuesto a perder ni a ceder un mínimo de su subjetividad. El miedo a perderla genera una pulsión anti-social que explicaría –en parte- el rechazo ferviente a todo movimiento de masa. Esto ya lo vimos en Borges y Sarmiento. Inversamente, la lógica de equivalencias, produce la formación de un grupo, formado por sujetos que son –en principio- diferentes, pero que aceptan dejar las diferencias de un lado, en favor de la unidad del grupo. 



a.3.1) Un grupo –para ser considerado como tal- y no una mera muchedumbre, requiere entre otras cosas, de la permanencia (en el tiempo). Perdurar y para esto, organización. Freud se da cuenta que no basta con que los sujetos –que constituyen el grupo- sientan algún tipo de acuerdo para mantenerse leales al movimiento. Se requiere de algo más. En este plano aparece la figura del Líder. Este constituye la garantía de la permanencia del grupo, vía identificación de sus liderados para con él. Así como los fieles creen en Cristo y los soldados en héroes pasados. El mecanismo que impera en este plano no difiere del que sucede en la identificación militantes-Nestor Kirchner o con la actual presidenta. Así como sucede con los radicales e Yrigoyen o Alfonsín, o los cristianos con el Papa Francisco, etc. Los ejemplos podrían extenderse. Sin embargo, no solo se requiere de una figura física (presente o pasada), también existe la entidad abstracta y/o la Idea. En el mismo plano juega un papel importante el Símbolo (patrio, religioso, musical, etc) y/o el Logo. Pero esto último requeriría una extensión no deseada para el propósito de la nota.




Con todo lo dicho hasta acá, sería absurdo volver a repetir la opinión que desdeña la política y al populismo como pura “manipulación de mentes vacías”. Decirlo, además, sería atentar contra nosotros mismos, en tanto que en algún aspecto de nuestras vidas, participamos de ese fenómeno del “creer en algo o alguien”.


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Santiago Riveros Oliva
Estudiante de Ciencias Políticas de la UNSJ






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